Hombre Histórico
Hombre Histórico - ¿Quién Soy?: Caídos, pero REDIMIDOS
Continuando con los planteamientos de San Juan Pablo II, en su teología del cuerpo. Nos encontramos frente a la segunda parte de su tríptico antropológico en la que nos centraremos en nuestra humanidad, En estas catequesis Juan Pablo II se detiene a explicarnos la realidad del hombre que ha caído y con su libertad quiso dar la espalda a Dios, desconfiando de él y rompiendo el orden en qué todo había sido creado. Entra así en la historia del hombre el pecado, la concupiscencia y la muerte, pero Dios en su infinita Misericordia envía a su propio hijo, Cristo, quien tomando nuestra propia condición humana viene a redimirnos, rescatarnos y a salvarnos, Nos devuelve la posibilidad de volver al encuentro cara a cara con nuestro creador y Padre.
Recordemos que la teología del cuerpo nos quiere llevar a reflexionar sobre nuestra realidad como seres creados, redimidos y llamados a la resurrección.
Cada uno de nosotros hemos sido pensados, amados y llamados por Dios nuestro señor, creados a su imagen y semejanza, teniendo impreso en nuestro corazón el deseo de ser llenados por su amor y el anhelo de amar a los demás.
Nuestra identidad original nos lleva a reconocernos Hijos, capaces de amar a Dios, a los demás y de ser fecundo en nuestras vidas.
En un principio, antes de caer en el pecado y darle la espalda a Dios, el hombre podía experimentarse en su soledad, unidad y desnudez orinal, que le permitían tener una relación sincera y confiada con su creador.
Vamos a detenernos en estas experiencias del hombre en un principio.
La soledad originaria
El hombre al ser creado, en un primer instante se encuentra frente a frente con su creador, está él y Dios, es esa experiencia en la que cada uno es un ser único e irrepetible frente a Dios, la experiencia que nos lleva a darnos cuenta de que nuestro corazón sólo puede ser saciado por Dios.
El hombre toma conciencia de su trascendencia, se da cuenta que su naturaleza en su totalidad no corresponde al resto de las creaturas visibles.
En la soledad el hombre es capaz de preguntarse por el sentido de su existencia, comprender el sentido del mundo y de su valor como Don de Dios.
“Nos hiciste señor para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descanse en ti”
San Agustín
La Unidad originaria
En esta experiencia de soledad el hombre se da cuenta que ninguna creatura es como él y Dios crea entonces a la mujer, quien en su propia singularidad y soledad viene a unirse y complementarse con Adán. Llegando incluso a formar una sola carne, pero manteniendo su propia identidad.
La unidad originaria es la unión de dos soledades, dos seres trascendentes que provienen de Dios.
Cada uno es hijo de Dios.
Imagen única e irrepetible.
Diferentes y complementarios.
Llamados a la comunión de personas.
El hombre se convierte en imagen de Dios aún más en la comunión de personas.
Desnudez originaria
Otra de las experiencias originarias que el hombre vive desde un principio y que son torcidas y confundidas por el pecado, es la desnudez, el hombre podía estar desnudo ante su creador y ante los demás, una desnudez que si bien era corporal nos habla más de la desnudez del corazón, donde cada ser podía ser él mismo sin tener que ocultarse o “sentir miedo” a que otro pudiera herirlo.
Podemos decir entonces que en un principio el hombre experimentaba la experiencia de ser él mismo.
LA RUPTURA
Génesis 3, 1-13
La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que había hecho el Señor Dios, y dijo a la mujer: «¿De modo que os ha mandado Dios que no comáis de ningún árbol del jardín? La mujer respondió a la serpiente: «Podemos comer del fruto de los árboles del jardín; 3 pero Dios nos ha mandado:
«No comáis ni toquéis el fruto del árbol que está en medio del jardín, pues moriríais». 4 la serpiente dijo a la mujer: «No, moriréis en modo alguno; 5 es que Dios sabe que el día que comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal».
La mujer se fijó en que el árbol era bueno para comer, atractivo a la vista y que aquel árbol era apetecible para alcanzar sabiduría; tomó de su fruto, comió y a su vez dio a su marido que también comió.
7 entonces se les abrieron los ojos y conocieron que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron. 8 y cuando oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, el hombre y la mujer se ocultaron de la presencia del Señor Dios, entre los árboles del jardín. 9 El Señor Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?».
Este contestó: «Oí tu voz en el jardín y tuve miedo porque estaba desnudo; por eso me oculté». Dios le preguntó: «¿quién te ha indicado que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol del que te prohibí comer?».
El hombre es tentado por la serpiente y haciendo uso de su libertad decide desobedecer lo que Dios le había mandado, quiere llegar a ser como Dios y pone en duda, en su corazón, el significado más profundo de la donación, es decir, el amor como motivo específico de la creación y de la alianza originaria. El hombre vuelve la espalda al DIOS-AMOR, al Padre. En cierto sentido lo expulsa de su corazón. Alejando todo lo que viene del Padre quedando en lo que viene del mundo. (catequesis 26, 4)
El hombre en la historia no deja de ser imagen y semejanza de Dios, pero ha perdido la integración plena del paraíso, ya no goza de esa armonía originaria, se ha alejado de su origen. Entra en su vida el pecado y la muerte. Ha perdido la unidad plena con Dios, consigo mismo, con los otros y con la creación.
El hombre por el pecado se ve enfrentado a la concupiscencia, que es esa tendencia a elegir el mal pudiendo elegir un bien. Esa tendencia que lleva al hombre a pecar.
Así el hombre se enfrenta a la concupiscencia de la carne que lo lleva a buscar el placer, la concupiscencia de los ojos que lo hacen buscar el tener y a la soberbia en la que busca el poder.
En esta ruptura entra también en la vida del hombre la muerte, si bien la muerte no era parte del plan divino, y el hombre del origen podía vivir una unión perfecta entre su cuerpo y su alma, con el pecado el hombre debe experimentar su propia muerte, donde su cuerpo y su alma son separados.
LA REDENCIÓN DEL CORAZÓN
Todo este ciclo del hombre histórico, no se centra en la caída del hombre si no en la redención que Cristo con su encarnación nos ha venido a traer. Hemos sido salvados por un Dios que ha tomado un cuerpo y se ha hecho semejante a nosotros en todo menos en el pecado. Es Cristo quien, tomando nuestra condición, y obedeciendo al Padre vence la muerte.
Por Cristo hemos recibido al Espíritu Santo que nos permite comprender de un modo nuevo.
En la Iglesia existe un segundo nacimiento que nos es dado por el Bautismo. El Bautismo hace de nosotros “creaturas nuevas”, hijos adoptivos de Dios, “partícipes de la naturaleza divina”. Nos incorpora a Cristo, y nos hace” hijos en el hijo”. Nos da una nueva naturaleza.
Por el Espíritu Santo que habita en nosotros podemos vivir el don de la piedad que nos permite volver a ponernos ante Dios con sencillez de hijo. Recuperando la conciencia de ser don. “El hombre sólo puede aceptarse a sí mismo, sólo puede reconciliarse con la naturaleza y con el mundo, cuando reconoce el amor originario que le ha dado la vida, es decir cuando se descubre como hijo.
Al mirar el recorrido que Juan Pablo II, realiza a través de su tríptico antropológico, podemos volver a situarnos en el plan original que Dios pensó para cada ser humano y entender que estamos llamados a ser redimidos por Cristo e invitados a vivir este camino de Amor que nos devuelve la alianza con nuestro Padre y la comunión con nuestros hermanos.
Descubrirnos débiles y rotos por el pecado, nos hace mirar a Cristo como nuestro salvador y confiar en que sólo él es capaz de sanar nuestras heridas y alcanzar para nosotros la resurrección y la vida eterna. En la medida que más nos asemejamos a él más nos acercamos al Padre. Por eso esta vida se transforma en una peregrinación a la patria eterna, pero una peregrinación en la que no vamos solos, pues es Cristo quien ha venido a mostrarnos el camino tomando nuestra misma condición y nos abre el camino a la Gracia a través de los sacramentos.
Aceptar esta invitación al Amor verdadero, nuevamente depende de nuestra libertad pues Dios nos ha hecho libres de Amarlo y elegirlo, pero, esta vez sabiendo que sólo en él nuestro corazón descansa en Paz.